Tupac Yupanqui descubridor de Oceanía

El príncipe Tupac Yupanqui, estaba absorto, al pie del océano, con la vista a lo lejos, en dirección al poniente donde descansa el Sol, su padre espiritual.

En su memoria están vivas las imágenes marinas que surgen de los relatos que su padre, el Inca Pachacutec, le contaba sobre ese inmenso e interminable ser, llamado mar y sobre los pescadores que montaban sobre sus embarcaciones de totora o de madera balsa para traer pescado y otros frutos marinos. Para Tupac, era encontrarse en un  mundo fantástico, de misterio y aventura.

Ahora, él mismo, había visto cómo llegaban los pescadores después de su faena y algunos traían relatos sobre islas lejanas.

 ¿De dónde vienes?- le preguntó el prÍncipe a uno de los pescadores
Vengo del poniente, de unas islas llamadas una Auachumbi y la otra Ninachumbi Hemos ido en una balsa, navegando a la vela, le dijo el pescador, en esas islas hay mucha gente…

Para enterarse mejor el príncipe hizo llamar a uno de sus consejeros llamado Antarqui, un místico con poderes especiales. Él podía caminar sobre el agua, transportarse en el aire, hacer viajes astrales. En todas las expediciones Tupac Yupanqui llevaba a Antarqui. Le preguntó ¿es verdad lo que dicen los pescadores?

Antarqui le respondió, después de pensarlo: es verdad, pero déjame averiguarlo. Él iría primero. En viaje astral. Al regresar, Antarqui le dijo que sí, que era verdad.

En este momento, 1465 dC, Tupac Yupanqui, el príncipe heredero, toma la decisión de ir a las islas del poniente, tenía 25 años de edad. Desde los 15 años había acompañado a su padre en las campañas de conquista y estaba dispuesto a cumplir su sueño de niñez: visitar el lugar donde duerme el Sol. Así, empieza la aventura más grande de la humanidad, 20 mil hombres van hacia un mundo no conocido, a miles de kilómetros al oeste, en una flota de cientos de balsas a vela impulsadas por el viento.

Tupac Yupanqui es nacido en el Cuzco, no tenía experiencia en viajes marítimos, salvo una expedición de conquista a la isla de puna en la costa equinoccial del imperio. Joven, audaz, de carácter inquebrantable, era llamado por sus súbditos “Gran Señor y muy valiente” y otros señalaban que “era de ánimo y pensamientos altos”. Aunque en combate era cruel y ejerciendo la ley, era muy severo.

Una vez que tomó la decisión se abocó en plasmar su proeza… Tenía una aspiración íntima para hacer la expedición: encontrar la mansión de Kon Ticsi Huiracocha, el Hacedor del Universo y conocer los aposentos de las deidades tutelares del imperio: el sol, la luna y las estrellas. Su impulso, sobre todo, fue místico.

Había que juntar  o construir balsas, preparar a la tripulación, conseguir vituallas, para que todo marchara a la perfección. El príncipe se dedicó a preparar a sus capitanes, los que iban con la expedición y a los que se quedaban en tierra. Y llegó la hora de partir. Salen del puerto de Manta, próximo a la línea ecuatorial. Nunca se había visto una flota naval tan bien hecha,con las naves desplegando sus velas blancas en el horizonte. La nave imperial, de comando iba adelante, guiando la flota.

Después de navegar durante 4 meses se avistó la primera isla. Fueron recibidos por los nativos con cortesía y curiosidad. Se asombraban por el color rojo de la piel del Inca.

Los aborígenes saludan al Inca, con reverencia:- te damos la Bienvenida Rey del oriente.- les ofrecen alimento y hospedaje. Tupac Yupanqui se queda algunos meses en la isla Auachumbi. Construye un templo a Huiracocha.

Después ordena partir, en dirección al sur, a la Isla Rapa Nui, donde es recibido con danzas y ofrendas. El Inca se queda otros meses más, construyendo un templo de piedra y tendiendo lazos de amistad con los nativos. Y sigue su periplo por Oceanía, por otras islas, rindiendo ofrendas a sus dioses. Hasta que llegó el tiempo de regresar. El viaje duró más de un año. El príncipe, Tupac Yupanqui, dejó una estela de memoria en esas islas.

Siglos más tarde, todavía lo recuerdan.

Es el décimo emperador del Imperio Incaico, su reinado fue grandioso más que ningún otro. Se le reconoce como el más grande de todos. Se le llamó “El Resplandeciente».

Roberto Angulo Alvarez
Excongresista de la República
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